
Les Demoiselles du Dahomey, después de
Les Demoiselles d’Avignon de Picasso, 2024-2025
Escobas, cartón, telas, pintura, traperos, pincel, plátanos y manzanas.
260 cm x 360 cm
Les Demoiselles du Dahomey, 2024-2025
I have always admired Picasso's Les Demoiselles d'Avignon, but over time, that admiration gave way to an uncomfortable reflection that prompted me to seek a dialogue with his legacy.
At first, I didn't act to criticize Picasso, but I felt was with the silence and started to see the work as a symbol of arrogance and power. A power emitted by a silence that surrounds many of the works we´ve learned to admire: that kind of almost obligatory admiration, imposed by official art history. Over time, I came to see Les Demoiselles d'Avignon not as a painting, but as an organized archive of violence: that of bodies turned into façade and that of sacred symbols reduced to style. This dual operation was glorified as a gesture of genius.
The women in Les Demoiselles are anonymous bodies, made available to the male gaze—which also applies to the African masks Picasso ripped from their original contexts—and turned them into “modern forms,” emptying them of their ritual function. Picasso fragmented female bodies just as colonialism fragments territories: the idea is to extract what is useful and discard the rest.
In my work, by presenting Les Demoiselles du Dahomey fragmented in cardboard, I am not trying to repeat his gesture, but rather to expose. I no longer fragment to create a new form, but to show the consequence of that operation: the body as ruin, the cultural artifact reduced to rubble.
This operation of Picasso's—turning the non-European into material for Western art—reveals the myth of modernity: its “progress” was always synonymous with exploitation, and its “civilization”, a euphemism for usurpation. Art is not just about aesthetics, but about power relations.
In my work, Les Demoiselles du Dahomey, I seek not only to question the canonized genius, but also to perform an action; a mental and material act. My intention is that by stripping Picasso's work of its aura and replacing it with the remnants of the human exploitation that made it possible, I expose an uncomfortable truth: the Western avant-garde was never innocent. Its legacy must be swept away— like migrant workers sweeping Europe’s floors—so that new forms of creation can emerge, forms that do not repeat the logic of extraction, but rather denounce it through their own ruins.
Les Demoiselles du Dahomey is not just a work: it is also a pile of carefully arranged rubble. Cardboard, brooms waste—the materials that art calls "garbage" but which are the silent witnesses of everything the museum does not show. The history of modern art was built on exclusions. Pointing out absences: is that all we have left?
Les Demoiselles du Dahomey, 2024-2025
Siempre he admirado Les Demoiselles d’Avignon de Picasso, pero con el tiempo, esa admiración dio paso a una reflexión incómoda que me impulsó a buscar un diálogo con su legado.
Al principio no actué para criticar a Picasso, sino que lo hice porque me incomodaba el silencio y veía en la obra un símbolo de prepotencia y poder. Un poder que emite un silencio que rodea muchas de las obras que hemos aprendido a admirar: ese tipo de admiración casi obligatoria, impuesta por la historia oficial del arte. Con el tiempo, llegué a ver Les Demoiselles d´Avignon no como una pintura, sino como el archivo ordenado de una violencia: la de los cuerpos convertidos en fachada y la de los símbolos sagrados reducidos a estilo. Esta doble operación fue glorificada como un gesto de genio.
Las mujeres de Les Demoiselles son cuerpos anónimos, puestos a disposición de la mirada masculina que también se aplica a las mascaras africanas que Picasso arrancó de sus contextos originales— y las convirtió en ‘formas modernas’, vaciándoles de su función ritual. Picasso fragmentó los cuerpos femeninos igual que el colonialismo fragmenta territorios: la idea es extraer lo útil y desechar lo demás.
En mi obra, al presentar a les Demoiselles du Dahomey fragmentadas en cartón, no intento repetir su gesto, sino que lo exhibo. Ya no fragmento para crear una nueva forma, sino para señalar la consecuencia de esa extracción: el cuerpo como ruina, el artefacto cultural reducido a escombro.
Esta operación de Picasso—convertir lo no europeo en materia para el arte occidental— desvela el mito de la modernidad: su ‘progreso’ fue siempre sinónimo de explotación, y su ‘civilización’, un eufemismo para la usurpación. El arte no se trata solo de estética, sino de relaciones de poder.
En mi obra Les Demoiselles du Dahomey no solo propongo cuestionar al genio canonizado, sino también realizar una acción; un acto mental y material. Mi intención es que al despojar a la obra de Picasso de su aura para revestirla con los residuos del colonialismo que la hizo posible, dejo a la vista una verdad incómoda: la vanguardia occidental nunca fue inocente. Su herencia debe ser barrida —como las escobas migrantes barren los suelos de Europa— para que puedan surgir nuevas formas de creación, formas que no repitan la lógica de la extracción, sino que la denuncien con sus propias ruinas.
Les Demoiselles du Dahomey no es solo una obra: es también un montón de escombros cuidadosamente dispuestos. Cartón, escobas, desechos —los materiales que el arte llama 'basura' pero que son los testigos silenciosos de todo lo que el museo no muestra. La historia del arte moderno se construyó sobre exclusiones. Señalar ausencias: ¿es todo lo que nos queda?