Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

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83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

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83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

Fotografías y revistas

83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales, 1980-2025

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Historias locales, diseños globales, 1980-2025

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83 x 62,5 cm

Historias locales, diseños globales  (Local Stories, Global Designs) 1980-2025
Local Stories, Global Designs is composed of two elements: color covers of Life magazine and black-and-white photographs of Chilean exiles.
In the artwork, the images are arranged vertically, creating a visually charged dialogue full of contrasts, both in content and style. The combination of a color image and a black-and-white image highlights the differences between two opposing narratives. Together, these images establish a visual confrontation: they represent two distant, almost incompatible worlds.
The first element—photographs of Chilean exiles (1980–1982)—emerges from the most intimate layer of my emotional experiences during that time. I wanted to show something of my own story. I decided to document the lives of Chilean refugees in Finland: I photographed what it meant to live far from one's familiar culture, the spiritual —almost physical—isolation, the difficulty of integration, the tension between the fiction of the past and the reality of the present, the search for hope amid shattered lives. I photographed myself.
These black and white photographs suggest contemplation and melancholy. Their intimate, deeply composed frames reflect the emotional weight of an experience that uproots lives: exile. Exile is not just a geographical separation; it is a profound uprooting, a rupture from home, culture, and community. This condition generates a sense of disconnection that radically alters how one adapts—or doesn't—to new environments.
The other component consists of covers from Life magazine, an emblem of Unite State prosperity and lifestyle. As an icon of the American way of life, its opulent aesthetic conceals a darker narrative. The colors in its images are not neutral: they are ideological tools that naturalize Unite State prosperity as a universal achievement, symbolizing the power of an administration whose foreign policy has intervened worldwide to protect corporate interests.
Life's covers don't depict reality; they manufacture it. They turn the American dream into a global promise while silencing the bodies left behind. When we look at them, we don't see individuals, but actors in a staged performance where success is reserved for a privileged few.
The superimposition of these covers over the images of refugees suggests a hierarchy of narratives. It reveals how this lifestyle can be sustained at the expense of the exploitation and suffering of other peoples. The use of color and monochrome is no longer just a technical device: it becomes a metaphor. Opulence versus austerity. Propaganda versus reality. Here, color and black and white become symbols of oppression.
While Life glorifies Unite State power and stability, the black and white photography reveals the human consequences of that foreign policy: faces marked by exile, not as passive subjects, but as witnesses to a rootlessness that transcends the physical. Exile is not only the loss of a territory, but the fracture of an identity. In their eyes, there is no resigned melancholy, but the eagerness and drive to rebuild a home to which it will never be possible to return.
This connection is direct with the coup d'état in Chile, with the US intervention, with my personal experience. These photographs do not seek to aestheticize suffering, but rather to force the viewer to approach, to confront what Life insists on keeping hidden.
The visual contrast between color and black and white does not seek to oppose the two images, but rather to create a dialogue that invites reflection on the discrepancies between the official narrative of power and the reality experienced by those who suffer its policies. Thus, the contrast becomes a reflection on the human cost of prosperity and power.
There is no global without the local, nor progress without its consequences. By juxtaposing these images, the work does not seek to blame, but to expose an uncomfortable truth: our light casts other people's shadows. Perhaps the first step toward equity is to recognize that every dominant history hides, in its margins, a negative yet to be revealed.
Local Histories, Global Designs is an artwork that reflects the wounds of a world where power decides which stories deserve to be told and which are condemned to silence. It's a call to recognize that often what we see as "normal"—that brightness, that color, that modernity—is sustained by untold stories.
Looking is not neutral. Every image we choose to see—or ignore—reveals something about what we value.
Art doesn't have to provide us with solutions, and this work doesn't. But it raises painful questions: What stories have we naturalized without questioning them? Who do we leave out without even noticing? And above all: how can we sleep peacefully knowing that the objectification of others, to satisfy the demands of capital, is our daily bread?
Historias locales, diseños globales 1980-2025
Historias locales, diseños globales se compone de dos elementos: portadas a color de la revista Life y fotografías en blanco y negro de exiliados chilenos. 
En la obra, las imágenes se disponen verticalmente, creando un diálogo visual cargado de contrastes, tanto en contenido como en estilo. La combinación de una imagen en color y otra en blanco y negro resalta las diferencias entre dos narrativas opuestas. Juntas, estas imágenes establecen una confrontación visual: representan dos mundos distantes, casi incompatibles. 
El primer elemento —las fotografías de exiliados chilenos (1980-1982)— surge de lo más cercano a mis vivencias emocionales de aquella época. Quería mostrar algo de mi propia historia. Decidí documentar la vida del refugiado chileno en Finlandia: fotografié lo que significaba vivir lejos de la cultura conocida, el aislamiento espiritual —casi físico—, la dificultad de la integración, la tensión entre la ficción del pasado y la realidad del presente, la búsqueda de esperanza entre vidas destrozadas. Me fotografié a mí mismo. 
Estas fotografías en blanco y negro sugieren contemplación y melancolía. Sus composiciones íntimas y profundas reflejan la carga emocional de una experiencia que trastoca vidas: el exilio. El exilio no es solo una separación geográfica; es un profundo desarraigo, una ruptura con el hogar, la cultura y la comunidad. Esta condición genera un sentido de desconexión que altera radicalmente la forma en que uno se adapta —o no a nuevos entornos. 
La otra pieza corresponde a portadas de la revista Life, emblema de la prosperidad y del estilo de vida estadounidense. Como ícono del “American way of life”, su estética opulenta oculta una narrativa más oscura. Los colores de sus imágenes no son neutrales: son un dispositivo ideológico que naturaliza la prosperidad estadounidense como un logro universal, simboliza el poder de una administración cuya política exterior ha intervenido en el mundo entero para proteger intereses corporativos. 
Las portadas de Life no muestran una realidad; la fabrican. Convierten el sueño americano en una promesa global mientras silencian los cuerpos que quedan en el camino. Al observarlas, no vemos individuos, sino actores en una puesta en escena donde el éxito está reservado a una minoría. 
La superposición de estas portadas sobre las imágenes de los refugiados sugiere una jerarquía de narrativas. Revela cómo ese estilo de vida puede sostenerse a expensas de la explotación y el sufrimiento de otros pueblos. El uso del color y el monocromo ya no es solo un recurso técnico: se convierte en metáfora. Opulencia frente a austeridad. Propaganda frente a realidad. Aquí, el color y el blanco y negro se convierten en símbolos de opresión.
Mientras Life glorifica el poder y la estabilidad estadounidenses, la fotografía en blanco y negro revela las consecuencias humanas de esa política exterior: rostros marcados por el exilio, no como sujetos pasivos, sino como testigos de un desarraigo que trasciende lo físico. El exilio no es solo la pérdida de un territorio, sino la fractura de una identidad. En sus ojos no hay melancolía resignada, sino el afán de el impulso por reconstruir un hogar al que ya nunca será posible regresar. 
Este vínculo es directo con el golpe de Estado en Chile, con la intervención estadounidense, con mi experiencia personal. Estas fotografías no buscan estetizar el sufrimiento, sino forzar al espectador a acercarse, a confrontar lo que Life insiste en mantener oculto. 
El contraste visual entre color y blanco y negro no busca oponer ambas imágenes, sino crear un diálogo que invite a reflexionar sobre las discrepancias entre la narrativa oficial del poder y la realidad vivida por quienes padecen sus políticas. Así, el contraste se convierte en una reflexión sobre el costo humano de la prosperidad y el poder. 
No existe lo global sin lo local, ni el progreso sin sus consecuencias. Al yuxtaponer estas imágenes, la obra no busca culpables, sino exponer una verdad incómoda: nuestra luz proyecta sombras ajenas. Quizás el primer paso hacia la equidad sea reconocer que toda historia dominante esconde, en sus márgenes, un negativo por revelar. 
Historias locales, diseños globales es una obra que refleja las heridas de un mundo donde el poder decide qué historias merecen ser contadas y cuáles quedan condenadas al silencio. Es un llamado a reconocer que muchas veces lo que vemos como "normal" —ese brillo, ese color, esa modernidad— se se sustenta en historias no contadas. 
Mirar no es neutral. Cada imagen que elegimos ver —o ignorar— dice algo de lo que valoramos. 
El arte no tiene que darnos soluciones, y esta obra no las ofrece. Pero abre preguntas que duelen: ¿Qué relatos hemos naturalizado sin cuestionar? ¿Quiénes dejamos fuera sin siquiera notarlo? Y sobre todo: ¿cómo podemos dormir tranquilos sabiendo que la cosificación del otro, para satisfacer las demandas del capital, es nuestro pan de cada día?
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